Virgen del Rosario con Niño Jesús, siglo XVIII

La iconografía de la Virgen del Rosario se crea en el siglo XV y se difunde ampliamente gracias a la orden de los Predicadores o Dominicos, quienes la convirtieron en su patrona. A diferencia de otras advocaciones marianas como la Merced o el Carmen, la Virgen del Rosario no viste el hábito dominico, sino su tradicional vestido rojo con túnica azul marina. Por lo que el rosario se convierte en el principal atributo que nos permite identificarla.

Es precisamente la presencia del rosario lo que nos ayuda a titular este cuadro anónimo (51 x 67 cm) que sigue un modelo ampliamente desarrollado por artistas como Juan Pedro López (1724-1787) y el Taller de los Landaeta (mediados del siglo XVIII), por lo que podemos afirmar que se trata de una pintura de manufactura caraqueña de finales del siglo XVIII. Lamentablemente, no posee ningún elemento estilístico que nos permita atribuirla a alguno de los pocos pintores identificados que trabajaron en Caracas durante esos años. El autor evidencia dificultades en el dibujo de las manos y en el uso de la perspectiva, lo que nos indica que podría tratarse de un aprendiz o de un pintor poco diestro.


En el cuadro, conservado en una colección privada caraqueña, apreciamos a la Virgen sentada de lado sobre nubes grises, con el Niño Jesús dormido en su regazo. Viste túnica roja sobre camisa blanca, con velo amarillo sobre su cuello y manto azul oscuro. Porta en su cabeza una corona cerrada y dorada como reina del cielo. En su mano sostiene un extremo de un rosario de cuentas doradas, cuyo otro extremo es la cruz que sostiene el Niño dormido. El rosario se convierte aquí en un vínculo que une a la Madre con el Hijo, garantizando la intercesión mariana y la redención prometida por Cristo en la cruz.

En la pintura barroca es habitual encontrar en las imágenes del Niño Jesús referencias a la futura Pasión de Cristo. Por ello no resulta azaroso que el infante, aunque esté dormido confiadamente en el regazo de su madre, sostenga la cruz junto a su pecho. 

El Niño viste túnica de gasa transparente y está sentado sobre un cojín de tonalidad verdosa, con flecos amarillos. Ambos personajes ocupan totalmente la composición sobre un fondo de tonos rosados y azules. La cabeza de la Virgen está rodeada de una aureola con 12 estrellas que se extienden hasta bordear también la cabeza del Niño, agregando dos estrellas más. Estas estrellas también son habituales en la iconografía mariana y nos refieren a los textos del Apocalipsis en los cuales se menciona la aparición de una mujer vestida de sol y coronada con doce estrellas (Ap. 12,1-2), que la Iglesia católica ha interpretado como una metáfora de María.

 




Bibliografía consultada:

Héctor Schenone, Iconografía del arte colonial. Santa María. Buenos Aires, EDUCA, 2008.

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