Esculturas quiteñas del Niño Jesús en Venezuela

Por Janeth Rodríguez Nóbrega

Un tema especialmente apreciado por los cristianos es la imagen del Niño Jesús, como figura en solitario, desligada de cualquier narración histórica. Esta iconografía se comenzó a representar desde el siglo XIV en Italia. Como bien señala Schenone: "Será la imagen familiar por excelencia, de pie, sentada, reclinada o dormida, vestida de mil maneras diferentes y también el pequeño e inocente esposo que acompañaba a las monjas en su celda desde el día de su profesión […] a la que transferían su inevitable, aunque sublimado, amor maternal."

Los escultores quiteños exportaron a diversas partes de Latinoamérica numerosas imágenes del Niño Jesús, talladas en madera, encarnadas y policromadas. Las piezas ostentan encarnados pálidos y brillantes, con mejillas y labios sonrosados, ojos de vidrio, y cabelleras oscuras con algunos bucles dorados. La variedad de posiciones y gestualidad es muy amplia, oscilando desde niños acostados dormidos o despiertos, reclinados en cunas, sentados en pequeñas sillas a modo de tronos, y pedestres en actitud de bendecir. En general se representaron desnudos, ya que eran vestidos por sus propietarios con lujosos atuendos en seda y terciopelos bordados en oro y plata, tal como se aprecia en la imagen que reproducimos aquí, perteneciente a una colección privada larense.

Esta manipulación de la imagen parece encontrarse con mayor profusión en el mundo femenino, especialmente en el hogar y en los conventos. Como explica nuestra colega Alexandra Kennedy:

"Las mujeres parecen tener verdadero placer en vestir y preparar las imágenes antes de una festividad religiosa, muchas de las cuales son articuladas, y entablan con las mismas una relación de intimidad como si se tratara de seres reales. Casi siempre les dan a los Niños Jesús un apelativo cariñoso y familiar como “El Negrito” o “El Espósito”, como se puede ver en el monasterio de Santa Catalina en Quito."

Ello explica la presencia de flores de tela o papel, vestiditos y joyas como collares de cuentas, pulseritas y otros ornamentos que acompañan a estas figuras. Tal es el caso de una imagen del Niño Jesús conservada en el Museo Diocesano de Coro Lucas Guillermo Castillo, que está recostado sobre un lecho de damasco con algunas flores de tela. Además porta un collar de perlas con cuentas de oro y una cruz en coral, y en ambos brazos pulseras en perlas y cristal. Tal apropiación y manipulación de la imagen no era exclusiva del mundo conventual quiteño, ya que también en nuestro país se produjo un fenómeno similar al descrito por Kennedy. En los ámbitos domésticos y monacales las tiernas figuras del Niño Jesús producidas por los talleres quiteños debieron encontrar una amplia recepción, aunque no hemos podido hallar ninguna prueba documental que nos confirme su presencia en nuestros conventos y hogares durante el período colonial.
Un probable Niño Jesús de singular manufactura se conserva en el Museo de Arte Colonial de Mérida. La figura es una pieza de vestir, que carece de cabellera y tiene toscamente pintada la zona de la cabeza en la cual portaría una peluca. Está sentado, con sus rodillas flexionadas, lo que nos indica que quizás se exhibiría posado sobre una pequeña silla o trono. En el Museo de Arte Colonial de Bogotá se conservan tallas quiteñas del Niño Jesús sentadas en sillas doradas con molduras barrocas. No obstante, estos niños han sido tallados y policromados en su totalidad, por lo que están desnudos, a diferencia de nuestra pieza.

Creemos que también podría tratarse de una imagen del Niño que estaría colocada en los brazos de una Virgen María, un San José o algún otro santo de tamaño natural, hoy desaparecidos. Esta última posibilidad encontraría su asidero en el hecho de que la pieza no está encarnada en su totalidad, sólo sus piernas hasta las rodillas y su cabeza (los brazos se han perdido), mientras el resto del cuerpo es una estructura sólida y esbozada, cubierta con un pigmento de color blanco yeso. Esto nos prueba que se elaboró con la intención de exhibirse siempre vestido con ropas de tela. Actualmente viste una túnica de color amarillo dorado y un fondo blanco.

No está por demás señalar que existe la posibilidad de que la imagen represente al Niño Jesús de Atocha, tal como lo señala el Inventario de Bienes Muebles del museo merideño, lo que implicaría que la pieza sería de producción posterior a 1829, fecha en la cual se inicia el culto a esa particular devoción mexicana en la iglesia parroquial de Fresnillo. En esta iconografía el divino infante viste una túnica larga, capa, sombrero de peregrino de ala ancha y sandalias, mientras en sus manos porta una cesta y un bastón del que cuelga una vasija para el agua. Todos estos atributos están ausentes en esta pieza. Otra alternativa que nos parece más acorde con la obra analizada es que se trate de una imagen del Niño Jesús Doctor, el cual se venera en el convento de la Merced en Lima desde el siglo XVIII. En ambos casos, se trata de imágenes que se representan sentadas sobre pequeños tronos. Pero ante la carencia de los brazos, que nos permitirían identificar sin ninguna duda el personaje representado y su función, no nos queda más que sugerir este abanico de posibilidades.

En algunas de las imágenes quiteñas del Niño Jesús encontramos referencias a la futura Pasión, como la presentación de pequeñas cruces, o los estigmas sangrantes en la frente. Tal iconografía también fue común en el arte barroco europeo, como explica Louis Réau:

"El arte cristiano se delectó proyectando sobre la infancia inocente de Jesús la sombra de la cruz. El contraste entre la feliz despreocupación de un niño y el horror del sacrificio al cual estaba predestinado, fue concebido para conmover los corazones. Esta idea ya era familiar a los teólogos de la Edad Media. Pero los artistas de entonces la expresaban discretamente, ya mediante la expresión preocupada de la Virgen, ya mediante un racimo de uvas que el Niño estruja en las manos y que es símbolo de su sacrificio en la cruz. […] Es sobre todo en el arte de la Contrarreforma donde ese presentimiento fúnebre de la Pasión se expresa por medio de alusiones transparentes."

Así podemos explicar el Niño Jesús conservado en una colección privada larense, recostado, portando en su cabeza las tres potencias y con gotas de sangre que emanan de su frente. Por la posición de sus manos probablemente llevaría una pequeña cruz entre las mismas. La pieza ostenta el uso de la mascarilla de plomo, que procuraba abaratar costos y agilizar los tiempos de producción en una época en la cual los talleres quiteños habrían disfrutado de una alta demanda.

Otra imagen muy semejante es la antes citada que se halla en el Museo Diocesano de Coro Lucas Guillermo Castillo. La pieza ha sido atribuida a un anónimo artesano local, cuando en realidad posee todas las características estilísticas y técnicas que la identifican como producción quiteña. Según González Batista la talla perteneció a monseñor Víctor José Díez Navarrete, obispo de Coro y Barquisimeto entre 1868 y 1893. Éste cursó estudios en la Universidad y Seminario de Mérida a partir de 1838. Entre otros importantes cargos se desempeñó como secretario del obispo merideño Juan Hilario Bosset (1854-1856) y ocupó la canonjía mercedaria en Mérida, entre 1857 y 1858. Fue donada por María Luisa Carías de Senior. Muy posiblemente monseñor Díez Navarrete adquirió la pieza durante sus actividades en la zona merideña, en la cual era muy común encontrar piezas traídas desde la lejana Real Audiencia de Quito.


Otro detalle sobresaliente de esta imagen es el dorado de su cabellera. Fue común que algunos devotos mandaran a dorar los rizos en su totalidad, durante el siglo XIX y primeras décadas del XX.

Ambas figuras del Niño Jesús que reproducimos aquí repiten un modelo muy semejante al que ostentan tres piezas quiteñas del siglo XVIII que se hallan en el Museo de Arte Colonial de Bogotá, las cuales representan al infante recostado con la cabeza inclinada hacia atrás y entre sus manos porta una pequeña cruz de color verde.

Este mismo modelo quiteño también se localiza en la colección del Museo La Merced en Santiago de Chile, pero cada talla fue colocada dentro de un fanal europeo de cristal y madera que la protege, acompañada de pequeños obsequios como flores de tela o papel.

Un caso muy particular es una imagen del Niño Jesús que se conserva en el Museo de Arte Colonial de Mérida, sentado sobre una roca y con su brazo derecho apoyado sobre una calavera. Tal postura, bastante extraña en el arte quiteño ya que no hemos encontrado ninguna otra pieza semejante, quizás haya sido tomada de un grabado o estampa barroco. Por las fallas en sus proporciones anatómicas, esquematismo, tosquedad en la talla, y el encarnado mate y oscuro (muy distinto a la palidez y el brillo característico de la talla quiteña), creemos que se trata de una pieza bastante tardía, de manufactura popular y quizás producida en algún otro centro imaginero del continente americano. Si bien no nos atrevemos a sugerir su adscripción a alguno en específico. La imagen podría interpretarse como un Niño Jesús meditando sobre su Pasión futura y su triunfo sobre la muerte, tema dramático muy acorde al contexto barroco.


(Nota: Agradecemos a las instituciones y coleccionistas que nos permitieron fotografiar las piezas estudiadas)

Bibliografía consultada:
GONZALEZ BATISTA, C., Museo Diocesano de Coro Lucas Guillermo Castillo. Coro,1998.
KENNEDY, A., (ed.), Arte de la Real Audiencia de Quito, siglos XVII-XIX. Patronos, corporaciones y comunidades. Hondarribia, 2002.
MUSEO DE ARTE COLONIAL, Esculturas de la colonia. Colección de obras. Bogotá, 2000.
REAU, L., Iconografía del arte cristiano. Barcelona, 2000.
SCHENONE, H., Iconografía del arte colonial. Jesucristo. Buenos Aires, 1998.

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